Por muchas razones, la Navidad es mi época favorita del año. Me acuerdo que cuando era niño le decía a mi Mamá que no quitaran el árbol tan pronto (para mi en aquellos tiempos el 7 ó 9 de Enero era demasiado rápido para hacerlo), creo que en mi mundo infantil las luces de colores y los adornos (algunos de ellos hechos con fieltro y algodón por mi hermano mayor en Secundaria) encerraban algo de vida y el verlos salir de la sala guardados en cajas era en parte como ver a un buen amigo despedirse por un año -recuerdo a veces despedirme de él en silencio la noche antes en que lo quitaran.
En algun momento prometí dejar el arbol puesto el tiempo que quisiera cuando fuera grande, así que a los 24 , decidí cumplir mi promesa: tuve un árbol de luces blancas, nochebuenas azules y esferas plateadas brillando hasta Marzo en mi departamento de soltero. Esa experiencia me dejó algunas lecciones. Además de descubrir la enorme cantidad de polvo que puede acumular un árbol en 3 meses, caí aún mas en cuenta que no era el objeto lo que traía esa vida a la casa.
Dios siempre había sido la razón de la ocasión y aunque lo sabía desde siempre, de alguna forma esa experiencia me ayudó a comprenderlo aún mas. He sido bendecido con una gran familia y celebrado las Navidades en su compañía por muchos años ya. Acostumbramos comenzar la celebración en casa de Mamá Eugenia (mi abuelita que ya pasó a mejor vida) con un Rosario alrededor del Nacimiento. Después cantamos la "posada" (algunos disfrazados de Jose, Maria, el niño Dios y los Reyes magos) si el clima permite mover la mandíbula a los que cantan afuera de la casa luego tenemos la adoración del Niño Jesús y Santa Claus hace su aparición mas tarde.
Este año en lugar de un sweater, perfume o reloj, mi esposa y yo decidimos regalarnos mutuamente un nacimiento que nos gustó tanto que quiero compartirlo con ustedes. La hermosa carita de María y su expresión embelesada fueron sin duda razones de más para comprarlo.
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